Le proponemos un viaje al pasado, a la Europa de la Ilustración. En este viaje un grupo de científicos franceses acompañados por Jorge Juan Santacilia y Antonio de Ulloa se proponen acabar de una vez por todas con una controversia científica, con importantes repercusiones de carácter político y económico.

Para situarnos en contexto, empecemos por abordar brevemente algunas cuestiones que nos ayudarán a comprender los problemas con los que se enfrentaban las naciones europeas a la hora de cartografiar el mundo conocido.

Para determinar la posición de un punto en una tierra redonda necesitamos en principio medir dos ángulos, el primero en referencia con el Ecuador terrestre, lo que conocemos como latitud y, el segundo, en relación a un meridiano de conveniencia escogido entre todos los meridianos posibles, lo que se conoce como longitud.

En el hemisferio norte, el cálculo de la latitud era obtenido con precisión utilizando como método medir el ángulo del observador con respecto a la estrella polar, inmutable en la esfera celeste, señalándonos el norte geográfico. Cuanto más alejados estemos del Ecuador, más cerca de su cenit observaremos la estrella Polar, y viceversa. Otra forma conocida de establecer la latitud consistía en medir la altitud del sol sobre el horizonte a mediodía, altitud que varía en función de la latitud, compensando la declinación del sol en función de la fecha y salvando los problemas de aberración.

Johans Hofmann 1701

La determinación de la longitud era una cuestión mucho más difícil de resolver, y constituyó un verdadero quebradero de cabeza para astrónomos y geógrafos, dando lugar a la elaboración de mapas con una representación muy deformada en el eje Este/Oeste, independientemente del sistema de proyección empleado. Contar con mapas fiables era de vital importancia por múltiples razones y varias cortes europeas ofrecieron premios cuantiosos para quienes solucionaran el problema. Por otro lado, era de vital importancia para determinar la posición de un navío en el mar. La cuestión no se resolvería hasta el último cuarto del siglo XVIII con el método de cálculo de distancias lunares propuesto por el oficial de la Armada y matemático Josef Mendoza y Ríos (1). Hasta entonces, la única solución para poder determinar la longitud con precisión consistía en la observación de eventos astronómicos en un meridiano de referencia, por ejemplo el de París, e ir anotando en tablas (Jorge Juan utilizará las tablas del astrónomo Cassini) el momento exacto en el que se producen. Si se desea obtener la longitud en cualquier otro punto del globo se debe esperar a que se produzca uno de los eventos recogido en las tablas y anotar el momento en que se producen. La diferencia horaria entre esta anotación y la registrada en las tablas nos da razón de la longitud en la que nos encontramos (2). Este método presenta dos problemas ; el primero, que los eventos astronómicos más fáciles de observar suceden en intervalos de tiempo muy dilatados. Podemos imaginarnos a Cristóbal Colón utilizando el calendario de eclipses del almanaque regiomontano para intentar determinar la longitud de su posición en el océano. Posteriormente, Galileo siendo el primero en observar las lunas de Júpiter, se dio cuenta que las frecuentes apariciones y desapariciones de los satélites podrían ser registrados y constituir una valiosa tabla de referencias de eventos astronómicos y una solución para la cuestión. El segundo problema tiene que ver con la medición del tiempo, ya que los primeros relojes con la exactitud necesaria para estos menesteres no aparecerían hasta la segunda mitad del XVIII, con el cronómetro de Harrison. Hasta entonces, fue tradicional en muchos puertos disparar un cañonazo a las 12 del mediodía para que los capitanes y pilotos de los navíos pudieran comprobar el grado de desajuste de sus cronómetros. Teniendo velocidades estimadas a través de correderas y rumbo, los barcos podían aproximar la longitud midiendo el tiempo transcurrido desde su salida.

(1) Jorge Juan comentará en «Observaciones astronómicas …» lo importante que sería conocer con exactitud las distancias lunares a través del correcto paralaje de nuestro satélite y «quien no sabe, que sobre el conocimiento exacto de estos movimientos, está fundada la más que razonable esperanza de hallar algún día la suspirada Longitud geográfica sobre el mar.» Página XXV (Introducción)

(2) Puede consultarse un texto de Cassini (1729) de la Academia Real de Ciencias comparando datos astronómicos recogidos por españoles en distintas ciudades de la América española con los recogidos en París. A su vez, Jorge Juan recaba datos de Godin y Cassini para compararlos con los suyos y poder realizar el cálculo de la longitud de diversas localidades americanas («Observaciones astronómicas …» páginas 75 y siguientes)